
Mons. Oscar Sarlinga, en su recuerdo de la renovación de la vida de San Cayetano, a ejemplo de los Apóstoles, pidió «priorizar siempre la caridad y la unidad, como la primera comunidad cristiana, junto con los Apóstoles, que eran un solo corazón y una sola alma en el Amor» y destacó que, como lo dice la oración colecta de la misa del día, «San Cayetano quiso revivir en él y sus hermanos aquella ardiente caridad de la comunidad apostólica». Expresó también que la conversión puede tener, según el grado de nuestra respuesta, también sus grados de profundidad, y que «mientras no se aprenda a dar de lo propio, es decir, dar hasta el fondo, en una experiencia profunda del compartir que viene del amar» no se tendrá una auténtica conversión, la cual, dijo, «siempre significa darse por entero».
Acotó que «darse por entero» lleva consigo también «poner la otra mejilla» lo cual, cuando de verdad se realiza conforme al Evangelio, lejos de significar «un signo de debilidad, cobardía o inoperancia, manifiesta con esplendor lo que realmente es, el signo evangélico de la humildad y de la piedad para con el otro». «Nos cuesta poner la otra mejilla –expresó-; lo entendemos conceptualmente pero cuesta, porque significan una unión con Cristo humillado en su Pasión. Como todo tesoro que cuesta, nos trae la riqueza espiritual de la piedad y la clemencia». «Nuestro tiempo ha perdido mucho las virtudes de la piedad y de la clemencia; creo que sería propio de una renovación del cristianismo el procurar que brillen con nueva luz», dijo.

Recordó el Obispo que «el ejemplo piadoso, clemente y a la vez vigoroso de San Cayetano es ideal para el mundo de hoy, como lo ha sido el de todo ese reguero de santos de la época, como San Ignacio de Loyola, o San Juan de Ávila. Ellos nos han expresado una entrega total al servicio de la causa del Evangelio, lo, junto al bien obrado desde la fe, produce asimismo la juventud perenne del alma, del psiquismo y del buen obrar, sobre todo frente a la decrepitud en materia espiritual y el sinsentido de la vida que suelen avanzar en nuestro mundo de hoy».
Por último, pidió Mons. Sarlinga que «todos eleváramos una oración sincera por la justicia y la paz en nuestra tierra argentina» y para que «nuestro pueblo tenga pan y trabajo, aquellos instrumentos de la Providencia divina, que fundan una verdadera cultura de la paz, y una paz vivida en solidaridad».
En esta ocasión el Obispo comunicó a la comunidad que es restablecida la parroquia de San Juan de la Cruz, en la iglesia de Nuestra Señora de Itatí, con jurisdicción también sobre la zona (incluido San Cayetano), sobre el barrio El Cazador (que es un centro pastoral) y otros, siendo su nuevo pastor será el Pbro. Daniel Bevilacqua. Agradeció al Pbro. Atilio Rosatte, cura párroco de la Natividad del Señor, sus esfuerzos y trabajo por la atención pastoral de esa circunscripción de la populosa ciudad de Escobar que ahora se restablece como parroquia.

El santo murió en Nápoles el 7 de agosto de 1547, y, puesto que la mayor parte del tiempo había permanecido en aquella ciudad, allá quedaron sus restos, en la iglesia de San Pablo el Mayor, donde se veneran todavía hoy en un nuevo sepulcro que fuera renovado en junio de 1965. Fue beatificado por Urbano VII en 1629 y canonizado por Clemente X en 1671.
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