lunes, 29 de junio de 2009

ENCENDIMIENTO DE LA LLAMA VOTIVA DE LA FE JUNTO A LA IMAGEN DEL APÓSTOL SAN PABLO EN LA CLAUSURA DEL AÑO PAULINO.


Como había sido anunciado por el secretariado de comunicación institucional del Obispado y asimismo en la última edición de AICA, el Año Paulino Jubilar fue clausurado solemnemente el sábado 27 de junio, en horas vespertinas, en la iglesia de San José, llamada «de los peregrinos» en el predio del Movimiento de Schoenstatt, del partido de Escobar. Dicho acontecimiento, que en el inicio formaba parte de un díptico junto con la iglesia catedral de Santa Florentina, se convirtió en acto de cierre del mencionado Año, debido a que el encuentro diocesano en Campana, en el atrio y plaza, debió ser suspendido a causa del acto eleccionario nacional del día 29, razón por lo cual el Obispo solicitó a los curas párrocos que hicieran solemne acto de clausura en sus respectivas parroquias. En la iglesia catedral de Santa Florentina la solemne clausura la realizó el cura párroco, Pbro. Hugo Lovatto, en el templo.

La iglesia de San José, la tercera más amplia en la diócesis, se encontró repleta de fieles laicos. En una tarde fría, la calidez de compartir ese momento de fe y amor llenó los corazones. La procesión comenzó junto al "Santuario" de la Mater ter admirabilis, adonde concurrió la multitud de fieles y los concelebrantes, todos los cuales, luego, vinieron junto con el Obispo hasta el frente de la nueva Iglesia (consagrada el 29 de junio del pasado año) donde Mons. Oscar Sarlinga procedió a bendecir las dos nuevas estatuas de los Apóstoles Pedro y Pablo que ornan el frente del templo. La misa fue concelebrada por Mons. Edgardo Galuppo, Mons. Santiago Herrera, el P. el Obispo procedió a bendecir las dos nuevas estatuas de los Apóstoles Pedro y Pablo que ornan el frente de la Iglesia (que fue consagrada por el Obispo el 29 de junio del pasado año). La misa fue concelebrada por Mons. Edgardo Galuppo, Mons. Santiago Herrera, el P. (superior), el P. Benjamín Pereyra, se encontraban tambien Mons. Marcelo Monteagudo, el P. Claudio Carusso, el P. Superior, Juan Pablo Catoggio, el Asesor diocesano del Movimiento, Pbro. Benjamín Pereira, y los sacerdotes Nicolas Guidi, Claudio Caruso, Pablo Iriarte y Mauricio Aracena. Del movimiento de Schoenstatt se encontraban la Superiora Regional del Instituto Nuestra Señora de Schoenstatt: María Augusta Landgraf, y miembros del Instituto de las Hermanas de María. Asistió a la eucaristía el Seminario diocesano "San Pedro y San Pablo".

Antes de concluir la misa, el Obispo dejó encendida una llama votiva junto a la imagen de San Pablo, que es aquélla que fue hecha pintar al inicio del Año Paulino Jubilar, y que ha ido recorriendo los distintos eventos y celebraciones diocesanas, tales como celebraciones patronales, conferencias, actos ecuménicos, encuentros de diálogo interreligioso, así como las celebraciones de clausura de las misiones juveniles que se realizaron en las parroquias.
Luego de la celebración eucarística se tuvo un ágape fraterno y a continuación todos los concurrentes fueron invitados a escuchar un concierto del eximio pianista chileno eximio pianista chileno Felipe Browne.

En su homilía Mons. Sarlinga expresó que “el Año Paulino dejaba un entusiasmo espiritual a seguir caminando con Cristo, el Señor, con el mismo San Pablo, el Apóstol de las gentes, esto es, a caminar en el Espíritu y a mantener encendida la llama de la fe transformadora de los corazones y centro irradiador de la evangelización”.

Recordó también que, en la Apertura del Año Paulino, el Papa Benedicto XVI había subrayado “(…) cómo en la expresión paulina «todos ustedes son uno en Jesucristo» reside la verdad y la fuerza de la revolución cristiana, la revolución más profunda de la historia humana, que se experimenta en torno a la Eucaristía”

Mencionó también que uno de los frutos de este Año Jubilar debía ser la profundización de la «conversión pastoral» de la que habla el Documento de Aparecida, y que esta conversión espiritual “(…) comporta, por tanto, dejar de buscarse exclusivamente o principalmente a sí mismo, sino, en el decir del Apóstol, «revestirse de Cristo» y entregarse a Él, caminando en una «vida nueva» (Cf Rm 6, 3s)”. Acerca de la vida nueva, dijo que San Pablo, en Rm. 12,2 habla de «renovación», como en Ef. 4,23. Se refiere a un progreso interior, espiritual, típico de la dinámica bautismal.

Dijo también que, más allá de las cualidades de sus miembros, “la Iglesia es santa: «una, santa, católica y apostólica», siendo ésta una verdad primera de nuestra fe; y la Iglesia es santa porque, también en el decir de San Pablo, «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla, purificándola con el baño del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo resplandeciente, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, santa e inmaculada» (Ef 5,25-27)”.

El Obispo hizo alusión también a la reciente carta del Santo Padre (Carta de Su Santidad del 10 de marzo de 2009), en la que aludía al pasaje de la carta a los Gálatas (5,13-15), que el Papa relacionó con el momento actual, acerca de la visión cristiana de la libertad, de la plenitud de la ley y de la necesidad de la concordia: "No una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: Amarás al prójimo como a ti mismo. Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente". Dijo también que el Santo Padre se había preguntado, en dicha carta: “¿Sorprende acaso que tampoco nosotros seamos mejores que los Gálatas? Que ¿quizás estemos amenazados por las mismas tentaciones? ¿Que debamos aprender nuevamente el justo uso de la libertad? ¿Y que una y otra vez debamos aprender la prioridad suprema: el amor?”, a partir de lo cual exhortó “a vivir en la concordia y en la responsabilidad, para trabajar juntos en la construcción de fundamentos morales y espirituales, porque Jesús nos trajo Vida, y Vida en abundancia”. “San Pablo, continuó, y con él, todo cristiano, contempla al Hijo de Dios como Aquel que murió por amor nuestro y también como Aquel que se hace efectivamente en su vida, tanto como en la nuestra: «vivo, pero ya no vivo yo, sino que «Cristo vive en mí» (Gal 2, 20)”.

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