"Movidos por el Amor apasionado y gratuito”
«Cuando el Todopoderoso quiere mostrar que una obra viene sólo de su mano, entonces reduce todo a la impotencia, y después, Él obra».
(Bossuet)
Queridos hermanos y hermanas, hijos e hijas en Jesús, Buen Pastor:
Nos aproximamos ya al santo tiempo de Cuaresma, que comienza este
próximo miércoles de ceniza, en este año de la Fe, 2013. El Santo Padre
nos ha hecho reflexionar, con su Mensaje, en que “Creer en la caridad
suscita caridad”, pues «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y
hemos creído en él» (1 Jn 4,16).
Llamada y respuesta. Dispongámonos a mirar, ver, escuchar y responder.
Cuaresma es tiempo privilegiado para “mirar al que hemos traspasado”
(Cf. “Mirarán al que traspasaron”, dicho en Jn 19,37). Es decir, mirar,
y ver, a Cristo. Y escucharlo, en y por su Espíritu, es decir,
“contemplar su Rostro”; y luego, más que imponer nuestro propio decir y
hablar, abrirnos a la escucha de su Palabra, que nos abre a la vez al
“amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros”, como nos lo
afirma el Papa Benedicto en su Mensaje de Cuaresma en este 2013.
Y efectivamente, este “apasionamiento” es certísimo, tanto que el amor,
el verdadero, es fruto del Espíritu Santo, y que nuestra respuesta a la
llamada del Espíritu, más que obligación a causa de“ser comandados”, es
“respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro”
(Cf Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, n. 1).
¿Por qué cuesta tanto dar y recibir respuesta?. ¿Podríamos dejar de
notar una extendida “desatención”?. Me refiero a una especie de un
permanente “seguir el carnaval” (despojado éste de su significación
primigenia, como días de particular festividad, que precedían a la
penitencia cuaresmal). Estruendos, abundan. A nuestro alrededor (por no
hablar de nosotros mismos) muchos miran sin ver, pocos atienden, muchos
“oyen”, pocos “escuchan”. Tantísimos, sin embargo, “esperan”, y de esa
“espera” nosotros, “los apóstoles”, los evangelizadores (obviamente
incluyo al laicado), debiéramos sentirnos “deudores”, tanto así, que
toda cómoda o apoltronada instalación o reniegue, en este aspecto, nos
debiera preocupar, y mucho. Sería “no querer responder”.
Sacar de los males, bienes.
Cito la frase del Mensaje del Papa, “respuesta al don de amor” muy de
corazón, porque sólo esa experiencia de gratuidad, y de Pasión será la
que podrá de verdad mover a conversión. Quien vive la gratuidad, se deja
moldear “un corazón de carne”. Quien no, tristemente avanzará hacia la
petrificación del corazón (“un corazón de piedra”).
Porque es la categoría de “encuentro gratuito, amoroso” con Dios Amor la
que tiene el poder de disipar en nosotros esa especie tan particular y
densa de oscuridad, esa densa y negra como un bitumen, el cual,
ennegreciéndonos, nos “impide” -en el sentido más propio- el ver que no
es otro sino el amor misericordioso de Dios el único que «revalida,
promueve y extrae el bien de todas las formas de mal existentes en el
mundo y en el hombre (...) y que, así, “constituye el contenido
fundamental del mensaje mesiánico de Cristo” (Cf. Beato Papa Juan Pablo
II, Enc. Dives in misericordia, 6).
Impotencia de nuestras solas fuerzas y Potencia del creer
Por no vivir en plenitud la “gratuidad”, por “desconfiar” (la
desconsoladora desconfianza enraizada en el espíritu humano), tantas
veces nos sentimos frustrados y casi impotentes, incluso (o en especial)
ante nuestro pecado, ante todas las consecuencias de éste (que ni
siquiera llegamos a mesurar) o bien ante nuestro endurecimiento, o el de
los otros, todo lo cual pareciéramos no poder modificar de ningún modo,
o muy poco. Puede dejarnos perplejos la desproporción entre los medios
que (con la mejor intención) pudimos haber puesto para que “todo vaya
para mejor”, y la realidad que pensamos haber “conseguido”. La actitud
que estaríamos llevados a experimentar es la de “abandono” en el sentido
abandónico, algo así como el haberse apagado la luz.
¿De dónde surge esa obscuridad?. Esto es así porque en la gravedad del
pecado como “voluntaria aversión a Dios” hay siempre, en un sentido u
otro, cierto acto de procurar «extinguir el Espíritu» (Cf I Tes. 5, 19),
esto es, el procurar extinguir al Compañero inseparable, Dulce Huésped
del alma, Consuelo y Dador de bondad, Padre de los Pobres. Una especie
de “apagón”.
Sin embargo, la apertura al Espíritu hace que la luz nunca se apague,
porque es divina. Los invito a interpretar algún “signo”, y a estos
efectos, les aporto algo que recuerdo haber leído en las obras del
Obispo y predicador, Bossuet: «Cuando el Todopoderoso quiere mostrar que
una obra viene sólo de su mano, entonces reduce todo a la impotencia, y
después, Él obra».
Así, aun esperando contra toda humana esperanza, tengamos siempre divina
esperanza, porque son los “esperanzados” y los “esperanzadores” (y en
este sentido, los “anawin”, los “Pobres de Yahweh”) los que reciben la
divina transformación esperada, de manos del Altísimo.
Muchos signos del Amor están a nuestro alrededor, mucho hemos caminado,
en nuestro “itinerario hacia la Pascua”. El desear calibrarlo con la
mensura “de este mundo”, de nada nos servirá; apliquemos la mirada con
los ojos de la Fe, la “virtud-puerta”, y, para nada menor, sino más bien
de modo fundante: “a la luz del contenido de la Fe”, de la Iglesia.
Creamos, todo es posible para el que cree, pues, aunque muchas cosas nos
cuesten o duelan, cuando el Señor nos hizo “suyos”, nosotros «hemos
conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16).
Ahora, “es tiempo de caminar” (como solía aconsejar santa Teresa de
Jesús, que de camino sufriente, bastante sabía).
María, Auxilio nuestro
La Virgen Madre, Mujer creyente, Madre de Dios, Madre de la Iglesia,
Madre de la Divina Gracia, nos guíe en la Cuaresma, en un itinerario de
penitencia purificadora, conversión plenificante (que incluya, real y
existencialmente, la solidaridad como dimanación de la caridad, también
“hasta que duela”), “per crucem ad Lucem”, por la Cruz, a la Luz.
Con mi afecto y bendición,
+Oscar Sarlinga
Campana, 10 de febrero de 2013
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