EN EL ITINERARIO DE LA PASCUA TODOS NECESITAMOS DE LA PURIFICACIÓN PARA VIVIR "LA HORA DE DIOS"
| Aspersión de los ramos en atrio iglesia catedral | 
HOMILÍA DEL DOMINGO DE RAMOS     
En el itinerario a la Pascua, todos necesitamos de la purificación para vivir la “hora de Dios”     
Queridos   sacerdotes, diáconos,  seminaristas, hermanos y hermanas, queridos   niños, que han venido tan  numerosos para este Domingo de Ramos:     
Aclamemos   hoy a nuestro Señor, como  lo hicieron los niños hebreos que acudieron   aclamando al Señor, con  inmenso cariño, con amor: ¡Bendito el que   viene!. ¡Cómo       habrá prevalecido el clamor de los niños y de los   puros de  corazón, sobre el rumor de la muchedumbre, sobre la ira de   quienes  odiaban a Jesús, como habrá prevalecido ese día el clamor del         Osanna al nuevo Hijo de David (Cf Mt. 21, 15).Revivamos hoy ese    Misterio, en y desde la fe.     
Predomina   el colorido, lo festivo,  los ramos que se levantan cual signo de   ovación. Observemos, sin  embargo, que el vistoso color rojo vivo de los   ornamentos, más       que el color de los reyes o de los emperadores,   es el color con  que revistieron a Jesús con el “manto real” para   burlarse de Él, “el  Rey” que reinaría desde la ignominia de una Cruz.   Por eso       también le ciñieron la cabeza con la corona “real” de   espinas y le  dieron como cetro la caña. Tuvo que ser Pilato, juez   inicuo, quien sin  embargo hiciera dejar el “título” sobre la Cruz, que   lo       reconocía “Rey”.  Pero de ese lugar de ignominia, y de    Misericordia infinita derramada, vino el triunfo total, el de la    Resurrección, el de la Ascensión, el del Envío del Espíritu Santo en         Pentecostés, que inauguró el “tiempo de la Iglesia”. Por eso este    rojo vivo es el color litúrgico del Descenso del Espíritu, y el color    del martirio, del supremo testimonio de ese Amor       inmenso.     
Y   Jesús, ¿qué veía en el Domingo de  los Ramos?. Pensemos entonces que  en  este día en que se jugaban los  destinos de la redención, más que la   gloria de la       aclamación, Jesús veía su entrega para la  redención.  Jesús, el  Maestro, sabio, misericordioso, peregrinante en  la Palestina  de  entonces, que obró milagros, tuvo en su misma entrada  triunfal la        conciencia de ser el Salvador prometido y a la vez la  conciencia  de  la Cruz.      
Nosotros,   para “ver” este misterio,  hemos de hacernos como niños. Sí, en   especial los niños del pueblo  hebreo agitaban ramos, de olivo, de   palma, en señal de       fiesta, porque son los niños quienes tienen un   corazón más puro, y  por ello, en un sentido, “ven más”, “aceptan más”,   dan un homenaje más  amoroso y sentido. Es por ello que el Señor nos  ha        exhortado a “hacernos como niños”, en sentido de purificar  nuestro   corazón, como en este día en que nos pide “verlo” en el  Domingo de   Ramos o de Pasión, más que como un “espectáculo religioso”        (lo  cual se convertiría más bien en una espectacular repetición  en  el  calendario litúrgico), como una reactualización vivida, por obra  del   Espíritu, de ese Misterio del Señor. Y esto  al       punto que  cada uno  de nosotros aquí presentes nos hacemos  partícipes, como nuevo  Pueblo  de Dios, proclamando a Jesús, “Mesías”, el  Cristo, nuestro  Salvador.     
Que   este acto litúrgico reavive  nuestra fe, nuestra esperanza, anime   nuestra caridad, y renueve nuestra  vida, haciéndonos “nuevas   creaturas”. Nuestra fe, primero,       cual “virtud-puerta”, tanto más   en las cercanías de la apertura  del “Año de la Fe” por el Santo Padre.   Creemos en Dios, creemos en  Cristo, su Hijo. Creemos en el Espíritu   Santo. Le creemos a       Jesús, como las almas piadosas luego de la   resurrección de Lázaro,  le creemos, en su ingreso triunfal y humilde   como Mesías en Jerusalén.  Creemos en Él, siendo «signo de   contradicción» (Luc. 2,       34). Creemos en Él, pues su gloriosa   Resurrección cambió para  siempre los destinos del mundo y de la   humanidad.     
Será   la ocasión de profundizar   también nosotros hoy esa conciencia, de   querer crecer en nuestra  voluntad en ser heraldos, mensajeros del   Mesías, de su Reino       de alegría, paz, gozo en el Espíritu, de   profundizar la conciencia  de estar viviendo “la hora” de Dios, en la   que se cumplieron las  profecías de la venida del Príncipe de la paz (Cf   Is. 9,6) en       su triunfo incontenible y en su entrega total (Cf Lc   19,39-40).     
Nos   ayudará para esto, a vivir el  camino a la Pascua (la litúrgica, y el   camino a la Pascua eterna) la  reconciliación. La interior, la  profunda,  que nos mueva al       sacramento de la reconciliación, es  decir, a la  confesión, pues la  necesitamos. En el itinerario a la  Pascua todos  necesitamos de la   purificación para vivir la “hora de  Dios”.     
María,   nuestra Madre, la Madre de  Dios y Madre de la Iglesia, quien nunca  nos  abandona, nos guíe de la  mano en este camino hacia la luz pascual.     
                     +Oscar Sarlinga     
Domingo de Ramos 2012
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